Estos últimos días se está produciendo un juicio contra la compañía de compartir vehículo Blablacar, que los diferentes sistemas de transporte público han iniciado por considerar que estaba compitiendo de forma desleal contra ellos y afectando de forma perjudicial a sus intereses económicos.
Al principio, este caso parecía únicamente un concepto actual del cuento de David y Goliat, en el que se confiaba en que esta vez el resultado fuera muy diferente y, como suele ser habitual, que la ley se iba a poner del lado del transporte público, pero dos grandes obstáculos se han presentado en el camino.
El primero de ellos ha sido la extrapolación del caso a actores mucho mayores, nada menos que la economía colaborativa puesta en entredicho o considerada como el próximo paso en la evolución del consumismo de servicios.
El segundo de estos obstáculos es nada menos que la regulación del transporte público, que parece que podría finalmente transformarse por haber sido analizada y puesta en entredicho en base a este juicio donde se creía que el único responsable que debería pagar por sus acciones era Blablacar y, finalmente, podría ser el único en salir airoso del asunto.
Algunas empresas, incluida por ejemplo Renfe, ya han tomado posiciones y han considerado que el paso más lógico es ponerse a jugar con las mismas cartas contra la economía colaborativa, con precios realmente agresivos o bien adaptando sus servicios a esta forma de consumir el transporte por parte de los ciudadanos, cada vez más inmersos en compartir no sólo su información personal sino incluso su asiento en un avión.
Pero este juicio de Blablacar no sólo ha destapado un consumismo diferente que afecta a las grandes empresas, sino también un sector económico en auge en el que empredendores y staartups parecen estar destinados a encontrarse. La economía colaborativa no sólo ha fomentado un uso distinto del transporte, ha llegado a afectar directamente a la forma de vivir, hasta el punto de que algunos ya identifican una nueva generación basada en este tipo de consumo del sector servicios.
Las startups tienen la creatividad de su parte, ya que cualquier elemento que permita una economía colaborativa parece ser de interés para el usuario. Además, la utilización de dispositivos como el smartphone, ayudan sobremanera a que estas nuevas aplicaciones tengan éxito. Por otra parte, los inversores encuentran una gran capacidad de obtención de rentabilidad, sin necesidad de inversiones tan costosas ni procesos tan lentos de aplicación de la inversión. Es toda una oportunidad de inversión en un entorno todavía por descubrir.